Escueto es mi endeble
confuso, mil bordes de arena entre mallas de espliego, manchan de lunas las
lanzas asombradas que apuntan a un cielo lleno de arroyos, jazmines son mis
manos como confines , tan blancas como la nieve del sol oscuro y nado en cielos
que elevan muros de palabras tan profundas que sólo un hueco de vacios hace que
se vuelvan los vuelos sueños y las mañanas manzanas indecisas, las cascadas de
tu mirada son para mi mil luces incendiarias, las cansadas baldas de mi espalda ya
no aguantan tanta palabra y las noches son coladas blancas al viento desatadas,
en ondas, en olas, en hordas cargadas de vocablos anudados a un caballo sin quemadura. Me veo
pasar y sé que no soy yo, sangro y no es mi sangre la que mana afilada por el
romero del hueco de mis venas valencianas, que como arcaduces de luz limitan mi
anatomía de mangrana reventada, papelitos de colores y zapatitos de tacón,
farolillos de plata en la perspectiva de
un balcón, iluminan y conforman el
planear de la mejilla blanca y encarnada por el columnar armónico de cien lunas que gritan, que se atan,
a un árbol de fuego encaramadas , por el besar de un puñalito tan único, como
el sofoco de un alacrán embalsamado en ácido bórico, verbo de ese todo que necesita una arcada para verte pasar como un vuelo de aire
exento de paso, en el vuelo de una nebulosa en carne viva se cierne una plaza dura y doblada de filas de uvas
frías iluminadas, mientras el minutero casi muerto de una torre con broche de
aldea casi olvidada, oscila en correcta composición,
llevándose en su paso lo que un día fueron lluvia y yugulares, besos y lunares,
miedos de pasión. Allá a lo lejos, montes
de cemento gris se elevan en mi superficie evitada, sin esfuerzo tenía la
mañana una arañazo que padecía marfiles y astrágalos de cera y en sus bocas
palidecían palmeras de capas ámbar y ojos carmesí hacían las veces de punteros
que señalaban cruces de desperezo,
valientes hojas se dejaban llevar por el aliento de los gigantes y sólo un
paraguas teme el agua que un sol de oro escupe quebrando las venas de los
bailarines con enjambres de corolas en sus pies de cintas y dedos llenos de
miedo como bueyes bocaarriba. A la izquierda el cielo despedazado intenta
reunirse como un mar y es en la mirada de una vela donde su fuego se come los
trigos de la primavera primera. Nada parece deleite en el mercurio verde de mis
ojos, la noche tenía una furtiva hendidura y el embozo era del ojo indiscreto,
la imagen que se ve a través de la cerradura, mientras, despacio, con sigililo, mi alma se escapa por la rendija escondida de tu ventana.
Cuatro sombras que son palomas,
cuatro sombras todas
tordas,
cuatro sombras que andan solas,
cuatro sombras sordas, sordas,
cuatro sombras rojas, muy rojas,
cuatro sombras,
como cuatro pétalos de rosas.