Un sueño en
una mañana de alambre, partidas de ajedrez de blancas y rojas se juegan en el
parque del oeste, donde el rio pierde el cauce justo al lado de la catarata de
nombres olvidados, cerca de la posada del cartel rotulado con destreza por
Gabriel Gale, acercándote en silencio a la dama del paraguas depilado, en su
posición de zorra misteriosa ,denotas un halo de estrella en el cielo de
Ganimedes, perros que orinan en las esquinas de tus piernas dobladas, hierros
incandescentes que marcan a fuego el nombre del cardenillo, redondo alargado de
engusanado perfil, en lagos nadados sin brazos ni piernas a golpe de bocanadas
de aire, peces de aspecto denostado nadan alrededor mordisqueando los pelos de
su barba, al llegar a la orilla recupera los pantalones y con ellos sus
piernas, los brazos de manga corta hasta el codo, ventean, ya no fuma, requema
sus labios con la lumbre de ojos rojos incandescentes de dolor, estrechas
gargantas entonan grises prados de salitre en ballenas de la ballena clara,
luna esparcida por la llanura del solitario enmascarado de balas de plata,
buscador de vampiros moribundos, preparado a desenfundar sus tres pistolas y
rociar de plata y hollín a la alada figura empobrecida, estriada en diagonal y
maltrecha en su simplismo arrebatado, vuela por el metro sin dientes y entre
parada y parada se acompaña de una guitarra que desgarra en boletos abiertos,
ríos de sangre, que juegan con el palatino de su boca entreabierta, recitando.
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